domingo, 17 de febrero de 2013

Gracias.



Gracias.
Todavía recostada en cama…. Con perplejidad tal vez. No, lo único que la consumía era cansancio, mental más que físico, sin ganas de pensar de nuevo en lo que  había sucedido, en lo que siempre sucede, en lo que parece un eterno retorno. Y en lo que parecía que jamás sucedería, un anhelo infundido, colectivamente compartido, que aparentemente era posible encontrar hasta en la más baja y oscura calle, el amor. Las cosas parecen más feas de lo que en realidad son piensa ella. Pero por lo menos comparten el mismo lecho, comparte al menos lo que el deseo expulsó. Una vez más, no logró mucho amor, al menos logró dar placer, creyendo que ella también se procuraba uno para sí, el de verlo en otro. Él acostado a su lado dándole la espalda, mostrando sus tatuajes, y ella contemplando su lejanía. Trató de ver el televisor, para ver si al menos el programa le iba a dar algo de qué hablar, lo que sea ¿si sabes?, pero: lo que no se une a voluntad, ni siquiera un buen programa de televisión lo podrá lograr. Entonces,  recuerda que desde que llegó a su habitación ni un solo beso le ha dado, y no sólo esa noche, sino la anterior, y la anterior a la anterior, y la anterior a esa;  y así los besos que una vez fueron tiernos y dulces ya no existían, ahora la máxima muestra de cariño era un gracias, un hola. Nada  era con cariño, se dio cuenta que estaba llena de contusiones en sus piernas, brazos, abdomen, hombros. Soportar todo ese despreció sin un pequeño rastro del orgasmo. Dolor y humillación, golpes y falta de aire a causa de los bruscos movimientos que él hacia mientras tenía su desencantador miembro en la boca; pero que sin embargo, él empujaba hasta hacerle sentir que tocaba lo más profundo de su garganta para así poder llegar… sin que ella tuviera más opción. Él parecía esforzarse por hacer todo lo posible que le procurara sólo el trato necesario con ella, ni un poco más ni un poco menos, a cambio de su propia satisfacción; economía básica. ¿Qué estaba pasando? Todo empezó a caerse de nuevo, ahí,  ante los ojos de ella (ante su conciencia), viendo aquella estúpida serie o película que en realidad no le interesaba, viendo sus tatuajes y viéndolo vestirse sin ni siquiera haberla abrazado, lo único que recibe es una ligera mirada.
Él  se dio vuelta hacia abajo, colocó su rostro contra la almohada  y se dispuso a tener el plácido sueño que sólo el egoísta se procura. Ella se sentó, lo miró,  contempló su propia necesidad de descargar una pulsión más fuerte que ella misma, y lo consintió. Consintió su cabeza, sus finos y escasos cabellos, su espalda y brazos, le susurró al oído cosas en un tono tan bajo que ni siquiera ella fuera capaz escuchar lo que le decía… Expresando aquellos anhelos infundados de algo llamado amor, de una obsesión destructiva. Mientras él sólo estaba lleno de plenitud y tranquilidad. No pudiendo más, ya con poca fuerza y dignidad,  ella se paró, recogió su ropa,  fue al baño se vistió, se arregló para que no se le notara el sexo, el abuso, la violencia y la tristeza. Y a su salida él estaba sentado, le dio un breve e indiferente beso en la frente y le dijo: – Gracias, cierre la puerta sin hacer mucho ruido, adiós.



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